El gobierno británico planea vender la mitad de sus bosques en los próximos diez años para hacer frente al déficit económico del país: un modo de recaudar fondos para poder costear los presupuestos, teniendo en cuenta que a finales de los ’90 la tasación de la superficie boscosa del país alcanzaba los 3.000 millones de euros.
La medida incluiría bosques antiguos y legendarios como el de Sherwood, cuna de Robin Hood. Y no ha gustado ni a ciudadanos ni a sindicatos, ya temen que derive en una tala masiva para implantar campos de golf, se restrinja el acceso público y se levanten centros comerciales. Actualmente, las leyes que por las que se rigen los bosques datan de la Carta Magna de 1215.
Pero lo más grave es que si se vende el bosque, nadie garantiza la restauración de la naturaleza. Por mucho que las leyes ahora traten de protegerla, en cuanto comience la venta cambiarán para permitir la tala y la construcción. De lo contrario, ¿qué ventaja sacan los compradores, si no pueden explotar su suelo y sacar beneficio?
Aunque al fin y al cabo, es lo que ocurre por todo el planeta. El bosque tropical está siendo esquilmado desde el Amazonas a las islas oceánicas.
Los bosques gallegos arden cada verano. Y este año, también una enorme superficie de bosque ruso, que ha dañado gravemente la economía del país.
En unos casos, como los británicos, se trata de pagar deudas. En otros, de preparar el terreno para su explotación lucrativa. De cualquier manera, al final son bien pocos los que ganan, y perder, perdemos todos. Porque la naturaleza sigue siendo nuestro pulmón. ¿Por qué dejamos que nos lo extirpen sin más?
Lo llenaremos todo de chalecitos adosados con jardín trasero que ocuparemos, en el mejor de los casos un par de semanas y unos cuantos puentes. Las nuevas versiones de Robin Hood tendrán que hacerse en una urbanización rodeada de jardines de Sherwood.
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