La energía no se crea ni se destruye, únicamente se transforma. Y si no la utilizas, se malgasta.
Para evitarlo, el ayuntamiento de Redditch, Reino Unido, ha ideado aprovechar el calor que desprende un crematorio para calentar la piscina pública de invierno. Y de paso, ahorrarse 20.000 euros al año y combatir el despilfarro energético.
Un gesto de lo más ecológico.
Pero con la idea ha surgido la polémica.
Hay quien pone reparos a que las llamas que consumen los restos de sus difuntos sirvan para climatizar el agua de los bañistas, invirtiendo los términos y llegando al punto de plantear el escrúpulo de nadar en una piscina que se calienta con la muerte de un ser querido.
¡Pero no, hombre, que no se trata de echar a nadie a la hoguera porque no queda leña!
En contra de lo que apuntan sus detractores, no se trata de un ataque a la ética y la espiritualidad.
De hecho, tal vez sea mucho menos ético consumir los recursos del planeta al ritmo que lo estamos haciendo, sin atender a otras vías de suministro energético y contaminando sin parar.
Y en este caso concreto, la inversión consistiría tan solo en instalar unas tuberías para canalizar el calor desprendido por el horno hasta los calentadores de agua de la instalación deportiva. Los muertos no se van a quejar. Los bañistas no se van a llenar de cenizas. La piscina no va a oler “raro”.
¿Entonces? ¿Dónde está el problema?
¿No hablan de utilizar el transporte público o compartir el vehículo privado para ahorrar en gasolina y CO2? ¿No es cívico reciclar?
La mojigatería de este tipo no sirve para limpiar el aire, ni purificar las aguas, ni evitar la tala innecesaria de árboles ni preservar los combustibles fósiles.
Ojalá existiera la máquina del tiempo para meter en ella a todos esos escrupulosos y mandarlos al siglo XXII. A ver cómo le explican a sus bis-bisnietos por qué se opusieron a un simple gesto para contribuir a que la vida sobre el planeta fuera un poco más cómoda para esas generaciones venideras.
Eso si para entonces queda planeta, claro.